José de Espronceda, poeta romántico -bio-

POESÍAS DE ESPRONCEDA 

José de Espronceda
EL romanticismo español reaccionó contra las últimas manifestaciones del culteranismo y contra el seudoclasicismo francés; promovió, entre los años 1830 y 1850, el retorno al espíritu medieval, nacional y cris­tiano de la literatura clásica española: opuso al predominio de la razón el imperio de la fantasía; al lirismo objetivo enfrentó el subjetivo; los temas paganos y extranjeros fueron sustituidos por asuntos cristianos y nacionales, cuya expresión no pretendió inspirarse exclusivamente en lo perfecto, sino también en lo imperfecto.
   Los románticos, amantes de la libertad en todas sus formas, repudiaron las reglas aceptadas hasta entonces, se sometieron a los dictados de la propia inspiración y expresaron con rebeldía un sentimiento gene­ralmente sincero, por momentos candido, con frecuencia pesimista.
   Recibieron indirectamente de Alemania la afición por las leyendas románticas y el tono de ensueño; de Francia, y muy especialmente de Víctor Hugo y de Dumas, tomaron los arrestos líricos o dramáticos; de Inglaterra, prefirieron la novela histórica de Walter Scott y los temas sentimentales de Byron, cuyo lirismo por momentos excesivo compartió Espronceda, en quien se dio la cuádruple raíz del romanticismo: la duda, como primer principio de pensamiento; el dolor, como realidad positiva en la vida; el placer, como ilusión del mundo; la muerte, co­mo solución de todos los problemas.
   Las obras en prosa de Espronceda se reducen a la novela histórica: "Sancho Saldaña o el Castellano de Cuéllar" (1834), pálida imitación del modelo inglés, ampliada inescrupulosamente por un refundidor que perseguía fines mercantiles. Un corto relato de viaje: "De Gibraltar a Lisboa", y un folleto político, titulado "El ministerio Mendizábal", completan su escasa producción como prosista.
   Es en poesía donde su espíritu volcánico y erótico, estimulado por el ritmo de sus coetáneos, desbordó las barreras de contención para expandirse en un paisaje decorado por todas las luces y todas las som­bras del movimiento romántico, que él sintió e interpretó como nin­guno, sumiéndose en las lobregueces de la muerte, espiando las mise­rias del mundo con sus pasiones avasallantes, pulsando la cuerda lírica, hasta concluir en una espantosa desilusión ante el vacío de los place­res y de las ambiciones.
   Hay que distinguir cinco secciones en el tono de sus poesías: 1) Fragmentos del poema narrativo "Pelayo". 2) Poesías líricas. 3) Los poemas mayores "El estudiante de Salamanca" y "El diablo mundo". 4) Sus obras dramáticas. 5) Las poesías atribuidas.
   Del poema "Pelayo", se conservan fragmentos, de corte clásico.
   Entre las poesías líricas figuran el romance "A la noche", de singu­lar melancolía; la canción "A una estrella", autobiográfica, y la can­ción amorosa "A Jarifa en una orgía" alusiva a sus desengaños ama­torios. El segundo canto de "El diablo mundo" se titula "A Teresa" y constituye una sorprendente elegía amorosa.


FRAGMENTO:

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu, voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas:
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura;
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin: ¡oh!, ¿quién impío,
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.

¡Cómo caíste despeñado al suelo,
astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
a este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
del serafín, y en ondas fulguroso
rayos al mundo tu esplendor vertía,
y otro cielo el amor te prometía.


VIDA DE JOSÉ DE ESPRONCEDA (1808-1842)

   José de Espronceda nació entre los bayonetas y los tambores. Su vida, presidida por este signo, tendría en adelante la verticalidad del acero, la angustia del dolor y la arrebatada pasión de los redobles marciales.
   Terminada la guerra de la Independencia de España, y establecida su familia en Madrid, ingresó en el Colegio de San Mateo que dirigía el sabio don Alberto Lista, de quien no tardó en ser uno de los más predilectos discípulos. Que­ría a toda costa restablecer el sistema constitucional y, por esta causa, fue procesado y encerrado en un convento de Guadalajara, donde concibió su famoso poema "Pelayo", para pintar en él la restauración de la monarquía goda.
   La policía señaló al díscolo romántico. Lo vigilaron, le hicieron la vida imposible y lo forzaron a buscar el exilio.
   El destino puso en su vida la presencia de Teresa, la musa inolvidable, la mujer a quien amó tiernamente y a quien rindió el homenaje de su sinceridad. La sinceridad de tal poeta no podía sino desencadenar tormentas.
   En Londres compartió los estudios de Shakespeare, Milton y Byron con la composición de apasionados versos a Teresa y a su país.
   En París, se batió detrás de las barricadas. Su patria, su querida España desgarrada, lo atrajo bien pronto y hacia allá fue, cruzando los Pirineos con un puñado de amigos. La amnistía le permitió ingresar en el cuerpo de Guardias de Corps, y, después de sufrir otro destierro, fue tribuno, conspirador y diputado a Cortes por Almería.
   Graves disturbios lo separaron de Teresa, y cuando, cambiando de rumbo, preparaba su boda con la señorita de Beruete, una inflamación de la laringe cortó su vida en Madrid.
   Espronceda blasona de su amor a los peligros en su canción "El pirata"; su espíritu belicoso se halla patente en el "Canto del cosaco"; su acrisolado patriotismo en la "Despedida del joven griego de la hija del apóstata"; sus delirios de socialista en "El mendigo y el verdugo"; en el "Himno al Sol", sus elevadas ideas.