Rubén Darío, el poeta del Modernismo

RUBÉN DARÍO


SU OBRA

A fines del siglo XIX la poesía de habla castellana, caduca, senil, era como un noble venido a menos que, no pudiendo recibir con decoro, cierra dignamente sus salones y se refugia en un rincón del vetusto castillo, a rumiar recuerdos de pretéritas grandezas, cuando de pronto, desembarcado de remoto continente, llega el pariente olvidado que, cual nabab de cuento de hadas, derrama de sus alforjas rutilante cascada de policroma pedrería, formando estanques en que los cis­nes se deslizan suave, tersamente, al son de ritmos imprevistos y versallescas melodías.

Era un aire suave de pausados giros; 
el hada armonía ritmaba sus vuelos, 
e iban frases vagas y tenues suspiros 
entre los sollozos de los violoncellos.

Los versos y la prosa poemática de "Azul" marca la aparición de Rubén Darío en el fir­mamento literario. Juan Valera la saluda un tanto desconcertado: ". . . se adelanta a la moda y pudiera modificarla e imponerla ... gran fondo de originalidad y de originalidad muy extraña .. . todo está cincelado, burilado, hecho para que dure, con primor y esmero ... y, sin embargo, no se nota el esfuerzo ni el trabajo de la lima, ni la fatiga del rebuscar; todo aparece espontáneo y fácil y escrito al correr de la pluma, sin mengua de la conci­sión, de la precisión y de la extremada elegan­cia... no enseña nada, y trata de nada ..." Y es que, en efecto, rara vez dice algo Darío, si por "algo" entendemos la realidad circun­dante y, en tal sentido, llevó al más refinado virtuosismo el arte de hablar sin decir nada, "la divina embriaguez de las palabras". De las palabras musicalmente valoradas, agrega­ríamos: Exótica música la suya, exquisita­mente estructurada y coloreada, epidérmica sin llegar a sensual, sino más bien como de cuento, de cuento de hadas y de duendes y varitas de virtud. "Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal".
"Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al anquilosamiento académico, a la tradición hermosillesca, a lo pseudo clásico, a lo pseudo romántico, a lo pseudo realista y naturalista". "Con el de­seo de rejuvenecer, flexibilizar el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros y vocablos exóticos y no pura­mente españoles". "Esparcí entre la juven­tud los principios de libertad intelectual y de personalidad artística".
Tal fue, en efecto, la trascendencia de Da­río. No inventó el modernismo, pero supo descubrirlo y luchar por él; cierto también que hubo quienes se le anticiparon en la aplicación de sus ideas, pero él los acaudilló, conquis­tando así para la poesía un sinnúmero de in­novaciones métricas y rítmicas.
Azul, Prosas Profanas, Cantos de Vida y Esperanza, Canto a la Argentina, Los Ra­ros . . . son obras que avalan a los críticos cuando afirman que Rubén Darío es el más universal de los modernos poetas del habla castellana.


A MARGARITA DEBAYLE

Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:

Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.

Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».

Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».

Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

* * *

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.



SEMBLANZA SOBRE RUBÉN DARÍO

Rubén Darío nace el 18 de enero de 1867 en Metapa, Nicaragua, y queda bajo el cuidado de unos tíos suyos. "La voz de la sangre . . . ¡qué plá­cida patraña romántica! —comenta al res­pecto el propio Darío—. La paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre, lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su padre".
"Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer". "¿A qué edad escribí mis prime­ros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano .. . versos brotados instintivamenté. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mí orgánico, natural, na­cido."
"Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos en un dia­rio .. . Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi república y en las cuatro de Centroamérica el poeta niño. Como era de razón, comencé a usar larga cabellera, a di­vagar más de lo preciso, a descuidar mis estudios de colegial".
A causa de una juvenil desilusión, a los die­cinueve años marcha a Chile, donde en 1888 publica "Azul", que lo lanza a la fama.
En 1889 Rubén Darío vuelve a Nicaragua. Después di­rige un periódico en San Salvador, donde se casa al año siguiente. Parte a España con una comisión nicaragüense. Al regresar sabe la muerte de su esposa. Colombia lo rescata del abatimiento nombrándolo cónsul en Buenos Aires, vía Nueva York, París ... "París... la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la Glo­ria ... la capital del Amor, el reino del En­sueño".
Ya en Buenos Aires inicia su cruzada "mo­dernista": "alborotábamos la atmósfera con proclamaciones de libertad mental".

En 1898 Darío vuelve a España. A París en 1900. Después Italia. Nuevamente París... Y así hasta el fin, sin que nunca logremos darle alcance para fijar su fisonomía. En vano se­guimos sus huellas, cámara en ristre, a través de las páginas de su autobiografía, en las que personas y lugares no son sino etapas de una perpetua huida de sí mis­mo; simples estaciones de paso en las que siempre consigue escabullírsenos, hasta que caemos en la cuenta de que ese rebelde, sempiterno repudio suyo de la dura, prosaica reali­dad, es la que define su fisonomía, como hombre al igual que como artista. Viajar, viajar .. . años y años de trashumante bohemia, de refinado es­teticismo, de hastío, hasta que, presintiendo el fin, Darío regresa a su tierra y fa­llece en la Ciudad de León el 6 de febrero de 1916.